jueves, 18 de abril de 2024

4°. Pascua, 21 abril 2024.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12
Salmo Responsorial, del salmo 117: La piedra que desecharon los constructores
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-2
Evangelio: Juan 10: 11

Continuamos asombrados por la maravilla del amor que cubre todo: tierra, cielos y abismos y, sobre todo, nuestros corazones. La presencia del Señor tranquiliza, ilumina, guía, precede y conduce con cercanía, casi palpable, a los pastos frescos. Si existe seguridad en este mundo, es la que encontramos junto a Él.

No es nada nuevo, el Espíritu sigue actuando, dando forma y valor a la primitiva Comunidad cristiana. Pedro va encontrando la mesura, pero con audacia da testimonio de su profesión de fe en Jesucristo; testimonio del que está ansioso, aunque no lo sepa, el mundo actual, nuestra sociedad, nuestra juventud, y no lo quiere oír sino mirarlo en acción. Jesús es “la piedra angular, el desechado, el crucificado”, Jesús es el “resucitado de entre los muertos”, el Único en quien encontramos la salvación.

Pedro intuye cuál pueda ser el desenlace; pero siente una fuerza interna que lo sostiene, que se convierte en “un fuego que enciende otros fuegos”, vive conscientemente los riesgos de estar en la frontera difícil. Habla con claridad inusitada, tiene encendida la lámpara y no teme la amenaza de las tinieblas; está presente la palabra del Maestro: “¡La verdad los hará libres”! Verdad que rompe esquemas, que renueva los valores que, a gritos, pide apertura, y conversión. No hay otro camino que Cristo.

Invitación y ejemplo para que, sin mirarnos a nosotros mismos, nos lancemos, firmes en la fe y en la confianza, a proclamar la Verdad que libera. Sin duda habremos de interiorizarnos personalmente y contagiar de entusiasmo a todos los familiares, a la comunidad y a la sociedad en que estamos insertados; comenzar a discernir o seguirlo haciendo para que la decisión sea acorde a esa fe, confianza y Verdad.

En el Salmo encontramos mucho más que una fortaleza amurallada: “Te damos gracias, Señor, porque eres Bueno, porque tu misericordia es eterna. Más vale refugiarse en el Señor que poner en los hombres la confianza”. Ni estamos solos ni luchamos por una utopía; el Señor ya nos mostró Quién y Dónde está la Topia.

San Juan aviva la llama: “Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. ¡Qué reto!: reflejar la imagen del Hijo rechazado pero Resucitado. Ánimo para que nuestras obras sean conforme al Reino Ese es el camino para encontrarnos con el Señor “cara a cara, y ser semejantes a Él”. Conocemos nuestra debilidad, pero muchos recordarán que es una injuria a Dios considerarnos como “gusanos”; permitamos que el Espíritu culmine su obra y nos convierta en mariposas.

Jesús, el Buen Pastor, no descuida a ninguno, quiere acoger a todos, no cesa de llamarnos. Conoce todos los caminos, los internos y externos, se convierte en la Puerta que nos lleva hasta el Padre; sabe que el amor es gratuito: lo recibe y lo regresa al Padre en llamas del Espíritu y así nos lo ofrece. “Doy la vida por mis ovejas”. Escuchemos su voz, distingámosla entre tantas otras y así podremos reconocerla y, seguirlo. Oremos para que su deseo se cumpla: “Un solo rebaño bajo un solo Pastor”.

 

sábado, 13 de abril de 2024

3°. Pascua, 14 abril 2024.-


Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles: 3: 13-15, 17-19
Salmo Responsorial, del salmo 4: En ti, Señor, confío. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 2
Evangelio: Lucas: 35-48.: 1-5

Jesús sabe lo que sucede en nuestro interior, se preocupa por nosotros:” ¿Por qué se alarman? ¿Por qué surgen tantas dudas en su corazón?»

Cuántos hombres y mujeres de nuestros días responderíamos inmediatamente enumerando razones y factores que provocan el nacimiento de mil dudas y vacilaciones en la conciencia del hombre moderno que desea creer.

Es bueno recordar que muchas de nuestras dudas, aunque quizá las percibamos hoy con una sensibilidad especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los tiempos.

No olvidar lo que con tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser se nos oculta.

Pero, ¿qué hacer ante interrogantes e inquietudes que nacen en nuestro corazón? Cada uno ha de recorrer su propio camino y buscar a tientas, con nuestras propias manos, el rostro de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.

Reconocer y aceptar que el valor de la vida depende del grado de sinceridad y fidelidad con que vive cada uno de cara a Dios. No es necesario que hayamos resuelto todas y cada una de nuestras dudas para vivir en verdad ante Él.

Comprender que para que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos interiormente con oración y sacramentos. Desde estas fuentes comenzaremos a comprender algo, si nos dejamos arrebatar por el misterio.

Anhelar el querer creer, a pesar de las interrogantes que nos asedian sobre el contenido de dogmas o verdades cristianas, - no se trata de evidencias inmediatas -, eso ya es una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios.

Quisiéramos vivir algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra pobre lógica que desea todo claro y rectilíneo. Quisiéramos agarrarnos a una fe firme, serena, radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.

Si en esos momentos, sabemos «esperar contra toda esperanza», creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, en nuestro corazón hay fe. Somos creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida.

Jesús Resucitado nos acompaña y seguirá acompañándonos hasta el fin de los tiempos. Una vez más pidamos como el padre del niño epiléptico: “¡Creo, Señor, aumenta mi fe!”

sábado, 6 de abril de 2024

2°. Pascua. 7 abril 2024.



Primera Lectura:
del libro de los Hechos de los Apóstoles 4: 32-32
Salmo Responsorial, del salmo 117:
La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 5: 1-6
Evangelio: Juan
20: 19-31.
 

Abrir el corazón a la alegría y a la gratitud, porque Dios nos ha llamado a su Reino, y ese llamamiento se hizo concreto en cada uno de nosotros el día de nuestro nacimiento y sigue resonando cada día. ¡Dios me llama en Jesús y me confía la misma misión, cómo no voy a alegrarme! Para que esa alegría sea profunda, venida desde arriba, la oración colecta nos recuerda, en nuestra petición, la riqueza que nos llega, y queremos que permanezca, por el bautismo, que es purificación; por el Espíritu que es nueva vida; por la Sangre que es salvación. Al crecer en conciencia, trataremos de reproducir, en cuanto se pueda, lo que era la comunidad ideal en la comunicación de bienes, pero sí en la participación en la oración y en la Eucaristía para ser verdaderos testigos de la Resurrección del Señor, y de la nuestra, anunciada en la suya. 

  En la carta de San Juan encontramos la identificación de fe y amor: “el que cree en Jesús, ha nacido de Dios”, y “el que ha nacido de Dios, ama al Padre y ama también a los hijos”; aparece un conjunto familiar arropado por la misma fuerza, la que nos ayuda a superar diferencias porque limpia la mirada y nos da la victoria sobre el mundo y sobre el egoísmo; porque nos edifica en la Verdad, en el Espíritu, y nos habitúa a tener presente la trascendencia. 

 

Otro punto luminoso para nuestra alegría, a pesar y por sobre nuestras infidelidades, vacilaciones, olvidos, pecados, yerros, es que “la misericordia del Señor es eterna”; ¿qué haríamos, a dónde iríamos?, sin el perdón de Dios sólo experimentaríamos el vacío y la soledad. ¡Maravillosa es la creación y más maravillosa aún la Redención, “obra de la mano de Dios, un milagro patente”; nacer y renacer, recibimos lo primero sin saberlo, lo segundo sin merecerlo por eso exclamamos: “es el triunfo del Señor”, ¡que continuemos festejándolo! 

 

Jesús nos pide lo mismo que a Tomás, que “no dudemos, que creamos”; queremos pruebas, no confiamos en el testimonio de la comunidad, en la experiencia de los hermanos, por eso no tenemos esa paz que el Señor da con su presencia; rompemos la fraternidad  al pensar consciente o inconscientemente que el único criterio válido es el nuestro; Jesús nos comprende, nos invita a superar la duda, a recorrer ese camino, muchas veces obscuro, para llegar hasta Él; nos une, como a Tomás, en la misma misión y en el ámbito de la Paz que siempre vienen con Él; a que sintamos, desde dentro la alegría de su Resurrección y la recepción del Espíritu Santo que hagan florecer  la aceptación total de su Persona más allá de lo que pudiera dar la visión física: “Señor mío y Dios mío”.

domingo, 24 de marzo de 2024

Ramos, 24 abril 2024.-


Evangelio De la Procesión:
Juan 12: 12-16

Primera Lectura: del libro del profeta Isaías  50: 4-7
Salmo Responsorial, del salmo 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 2: 6-11
Pasión según San Marcos 15: 1-39. (Breve)

Hay júbilo en el recibimiento de Jesús, palmas, aleluyas porque ha llegado el Salvador de Israel. No dudamos de la autenticidad del júbilo de los judíos: creían cumplida su esperanza, la imaginaban cumplida: un Mesías Rey, Guerrero poderoso, Restaurador del esplendor perdido, por fin se acabaría y caería por tierra el poderío de los romanos. ¡Pero qué frágil es la memoria y con qué facilidad deja en el olvido lo que no le conviene!: “Israel, tus caminos no son mis caminos, ni tus pensamientos son mis pensamientos; como distan el cielo de la tierra, así tus pensamientos de los míos.”  O no había leído atentamente o no habían querido comprender los “Cánticos del Siervo Sufriente”. El Señor Jesús acepta la alegría del Pueblo, que empezará a dudar al ver a su Rey montado en un burrito.  La desilusión crecerá en pocos días. Espero que nuestra consciente preparación a la Pascua, término y principio de la Salvación que perdura, nos centre y nos ayude a aceptar en su totalidad a Cristo Jesús. Más que las palmas, agitemos los corazones purificados y agradecidos y acompañemos, con cariño a Aquel que no dosificó su entrega. (Antes de las lecturas.)

Lo pedido en la Oración nos ubica en esa totalidad: que a ejemplo de Cristo, humildad, Pasión y Muerte, nos lleven a participar de la Resurrección. ¡No hay otro camino, es difícil, pero no, si de verdad estamos con Él!

Ya escuchábamos ese Cántico del Siervo Sufriente que no deja de ser aterrador; la forma en que trataron -tratamos– al Señor. ¿Por qué no opuso resistencia? Porque había orado siempre: “Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad.” Porque vivía profundamente la realidad de la cercanía del Padre: “El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, no quedaré avergonzado.”

El Salmo 21 no es desesperación, Jesús quiso sentir el peso y las consecuencias del pecado: lo que significa el alejamiento de Dios. El amor, la confianza en el triunfo, diferente a nuestra mentalidad, lo escuchamos en el final: “A mis hermanos contaré tu gloria y en la asamblea alabaré tu nombre. Que alaben al Señor los que lo aman. Que el pueblo de Israel siempre lo adore.”  El precio de esta conquista es totalmente inefable, anonadante.

Pablo nos hace palpar la verdadera Humanidad de Cristo. “Tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los hombres; por eso recibió un Nombre sobre todo nombre.”  Una vez más, el triunfo es de otra dimensión, el botín es “la gloria de Dios”. ¿Intentamos abrirnos a esta nueva concepción? Es don, es gracia. ¡Pidámoslo!

Escucharemos el relato de la Pasión según San Marcos. Dejemos que nos conmueva, Cristo, verdadero hombre, sufrió, ¡y de qué manera!, para presentarnos limpios ante el Padre. Es bueno recordar que la realidad es ¡ESTA! Vayamos pensando lo qué nos dice el Apóstol: “Me amó y se entregó por mí…  Clavó en la Cruz el documento que nos condenaba…”

Pidamos que nuestra sensibilidad lo acompañe de cerca y que de Él saquemos fuerzas para enfrentar cuanto de molesto, nos salga al encuentro en la vida. Pidámosle que nos permita sentir lo que estaba sintiendo: dolor, soledad, abandono, fracaso humano… y juntamente el gozo de cumplir su misión, la que anunció en la Última Cena: “Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres, para el perdón de los pecados.”   Desde Él somos, como nos recuerda San Pablo, “criaturas nuevas”, no volvamos a lo antiguo. 

sábado, 16 de marzo de 2024

5°. Cuaresma, 17 marzo 2024.-


Primera Lectura:
del libro del profeta Jeremías 31: 31-34
Salmo Responsorial, del salmo 50: Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Segunda Lectura: de la carta a los hebreos 5: 7-9
Evangelio: Juan 12: 20-33.

Hay enemigos al descubierto, que atacan impunemente, confiados en su fuerza y su poder, en la amplitud de sus tentáculos que llegan a nuestra propia casa y la inundan de ideas e incitaciones que proponen, por una parte, que todo es fácil de conquistar sin esfuerzo, sin sacrificio, sin compromiso; y por otra, si no lo conseguimos, que es lícita la violencia, el odio, la trampa y la rapiña, la mentira e incluso el homicidio. Basta hojear el periódico o escuchar las noticias: ejecuciones, asesinatos, robos, enfrentamientos, guerras, desavenencias, ausencia de hermandad y comprensión. Deducimos, con tristeza: ¡el mal sigue triunfando! Permanecemos tranquilos porque parecería que no nos ha afectado; pero la realidad es otra; va minando los valores, la fidelidad, la convicción, la trascendencia, la dignidad del ser humano. Nos grita, desde los cuatro puntos cardinales, que Dios no es necesario, que es patraña molesta, que sojuzga y limita, que para ser libres hemos de lanzarlo ¡a la basura!

Hay otros, aún más peligrosos: los que llevamos dentro: egoísmo, liviandad, cerrazón, soberbia, autosuficiencia, subjetivismo presuntuoso que nos nublan los ojos, peor aún, el corazón. “Defiéndeme, Señor, de mí mismo”. Si no eres Tú “mi Dios y mi defensa”, sucumbirá mi fe; ya lo he vivido; tu Alianza se me ha roto desde dentro, como a los israelitas.

¡Cumple en mí y en los que amo, la promesa que hiciste! “Pon tu ley en lo más profundo de las mentes, grábala en los corazón, que reconozcamos que Tú eres nuestro Dios y nosotros pueblo”. ¡Que llegue pronto el día en que todos, desde el más pequeños hasta el mayor, te conozcamos! Por eso te pedimos en el Salmo: “Crea en mí, crea en nosotros, un corazón nuevo”, semejante al de Cristo “que a pesar de ser Hijo, aprendió a obedecer”. Su angustia y su grito, son genuinos, humanos, piden vida, igual que nuestros gritos. ¿Los oíste? Sin duda, y con su muerte nos diste Nueva Vida, la Salvación que dura, la que saldó la deuda, la que nos encamina, seguros, a tu encuentro.

Más que gritar, aprender a mirar. Conviértenos en puentes que lleven a Jesús, como Andrés y Felipe que condujeron a aquellos griegos a la Fuente, “porque te conocían”.

Regresa a nuestras mentes esa necesidad de escucha, de guardar la Palabra y “rumiarla en el corazón”, a ejemplo de María. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”. Vuelve la paradoja, la realidad a la que la carne se resiste: “morir para vivir”. No se trata del éxito a los ojos del mundo, del “parecer” que tanto nos predican ejemplos incontables y anuncios insidiosos, sino del “hombre nuevo”, el que da fruto a los ojos de Dios.

Sabemos de memoria tu sentencia: “El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”. ¡Cuánto enemigo llevo conmigo! ¿Despreciarme?, no es masoquismo, lo acertado: justipreciar los seres y a mí mismo; usarlos con respeto sin perder la mirada al Infinito.

La Voz que glorifica, enciende nuestros ánimos, nos sitúa en la esperanza firme de tu triunfo: “Ha llegado la hora en que el príncipe de este mundo será arrojado fuera”. Victoria sobre la muerte con tu Muerte. En el madero, ¡locura pertinaz!, está la vida.

Desde tu Cruz, Señor, abrázanos con fuerza, sólo en ella morirá nuestro egoísmo.

 

sábado, 9 de marzo de 2024

4°. Cuaresma, 10 marzo 2024.-


Primera Lectura:
del segundo libro de las  Crónicas 6: 14-16, 19-23;
Salmo Resposorial, del salmo 136: Tu recuerdo, Señor, es mi alegría.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los efesios 2: 4-10
Evangelio: Juan 3:14-21.
 
A mitad de tiempo de oración y penitencia, la liturgia inserta el Domingo de la Alegría: “Alégrate, Jerusalén, y todos ustedes los que la aman, reúnanse…, quedarán saciados con la abundancia de sus consuelos”. Alegría fundamental, profunda, alentadora: la razón: “Dios nos ama” y nos ama no porque lo merezcamos, no porque lo amemos como deberíamos, más bien hemos hecho todo lo posible por alejarnos de Él, por alejarlo de nosotros, sino porque “Dios es Amor”. Nos creó para mirarse en nosotros, para que lo miráramos en los otros, para que lo miráramos en nuestro corazón.

Una vez más, su Palabra, por los profetas, por los acontecimientos, por su
propio Hijo, nos echa en cara la deshechura que hemos perpetrado en el
mundo que nos dio, la ruptura de las relaciones fraternas y por haber dejado en el olvido la verdadera Piedad, esa virtud que nos une íntimamente a Él.
 
Un padre y menos aún Nuestro Padre, no puede desear nada malo para sus hijos, pero sí le interesa que recapacitemos y que volvamos a Él por uno o por otro camino: el del desgarramiento por las desgracias o el del reconocimiento de su Amor, de su Paciencia, de su Bondad, de su llamado constante “porque tiene compasión de su pueblo y quiere preservar su santuario”. Lo inesperado, ocurre: “El Señor inspiró a Ciro, rey de los persas” y ¡ojalá nos diera escuchar de todos los jefes de los pueblos, palabras semejantes!: “Todo aquel que pertenezca al Pueblo del Señor, que parta a reedificar su Santuario”. No violencia, sino hermandad; no separatismo sino solidaridad. ¡Volver a construir el mundo, volver a construir nuestros corazones!

Es verdad: “estábamos muertos por nuestros pecados, pero Él nos dio la vida por Cristo y en Cristo”. La alegría de hoy y de siempre, tiene un fundamento sólido: “la misericordia y la compasión de Dios; no nuestros méritos sino su gratuidad”. En nuestras vidas, sin duda, hemos meditado en el contenido de la Fe: es un don recibido que busca “un encuentro personal con el Dador del don”. ¿Qué mejor momento para activarla? Si acaso la sentimos desfallecida, rogar humildemente: “¡Creo, Señor, dame Tú la fe que me falta!”

El don se hace palpable, Cristo nos lo revela, abre la intimidad del Padre y nos enseña en Sí mismo, ese amor inabarcable: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Dios no se contenta con darnos mil muestras de amor y de ternura, Él toca los extremos, nos da lo más preciado: ¡A Su Hijo! La alegría y la confianza están de nuestro lado, porque Cristo “no ha venido a condenar sino a salvar”.

Miremos hacia arriba y encontraremos no al signo que curaba sino al Hijo de Dios, al Justo traspasado que espera que a su Luz actuemos todos, y en Él nos convirtamos en serie interminable de escalones por los que el mundo y los hombres, volvamos al Principio; allá, en donde la Alegría será inacabable.

sábado, 2 de marzo de 2024

3°. Cuaresma, 3 marzo 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Éxodo 20, 1-17
Salmo Responsorial, del salmo 18: Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 11: 22-25
Evangelio: Juan 2: 13-25.
 
“Infúndenos, Señor, un Espíritu nuevo”. Lo prometiste cuando revelaras tu santidad y ya la has manifestado en Jesucristo. ¿Por qué no sentimos el viento de sus alas en nosotros? Sin tu Espíritu, ¿cómo nos sentimos? Progresamos, es cierto, pero de una manera chata, obscura y egoísta. Nos gloriamos de los triunfos técnicos y científicos, pero, ¿dónde han quedado el pensamiento, la religiosidad, los valores? Fincamos nuestro triunfo en la investigación y en el poder, en una comunicación inacabable de datos, cifras, estadísticas y predicciones con la que creemos dominar el mundo, y en vez de ser “Señores”, celosos cuidadores del ser y de los seres, nos hemos convertido en “amos” esclavizantes y soberbios.
 
Dudo mucho, Señor, que aceptes como realidad lo que te proponemos en la petición que elevamos: ¿“ayuno, oración y misericordia como remedio del pecado”? ¿Es que en verdad “reconocemos nuestras miserias y nos agobian nuestras culpas”? Si lo confesáramos en serio, seríamos otros a tus ojos y a los nuestros porque de inmediato nos sentiríamos “reconfortados con tu amor”. No es esta la humanidad que Tú quisiste, hemos roto tus planes; no hemos obedecido tus mandatos, tus leyes y preceptos y nos hemos encerrados como ostras, creyendo que la perla allá escondida, era en sí misma suficiente. ¿Capacidad?, nos la has dado a torrentes. Repartes con mano generosa para hacernos capaces de construir un mundo nuevo. Tu Palabra alumbra cada día, marca las mojoneras del único camino, “es vida eterna”.

Para guiar a tu Pueblo, y, con él a nosotros, entregas el Decálogo: síntesis que todo lo contiene: en verticalidad: filial adoración; en horizontalidad: fraternidad activa; en interioridad: aceptación consciente, nada queda al acaso, Tú todo lo previste, nos dejaste a nosotros la respuesta; pero sin Ti no la daremos ni personal ni colectivamente.
 
¿Otra nueva propuesta sin quedar marginada la primera? Sonó y sigue sonando a locura inconcebible. Ni aunque venga de Ti y se haya hecho en Cristo realidad palpable, eso de Cruz y Muerte, nos aterra, no cabe en nuestras mentes, nos repugna, por eso nos unimos al clamor del “escándalo”: ¿Cómo puede ser Dios fuerte en la debilidad? Va contra toda regla de lo lógica humana: ¡lo débil no puede sostenerse! Lógica que en Cristo se nos quiebra y con Él comienza a brotar la nueva.
 
Nos pedías “conversión”, ahora vislumbramos el modo: audacia y reciedumbre, “¡quiten todo de aquí y no conviertan en mercado la casa de mi Padre!”. Casa que es todo el mundo, y cada hombre. ¡Qué limpieza conlleva ser “morada de Dios”!
 
La novedad del Espíritu que supera lo externo: oro, ropajes, edificios, ofrendas y holocaustos, que ahora exige “odres nuevos para el vino nuevo”, que ante la indignación de aquellos que confían en los ritos, ofrece el propio ser en sacrificio: “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré”. Anuncio que libera, que rompe las cadenas y confirma en su restauración, la nuestra.
 
Los discípulos tardaron en llegar, pero llegaron. A la luz de la Resurrección, se hizo luz en sus mentes: “El celo de tu casa me devora” y creyeron en Jesús y en la Escritura.

sábado, 24 de febrero de 2024

2°. Cuaresma, 25 febrero 2024.


Primera Lectura:
del libro del Génesis. 22: 1.2, 9-13, 15-18
Salmo Responsorial, del salmo 115:
Siempre confiaré en el Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 31-34
Evangelio: Marcos 9: 2-10

  

 “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…” ¿Podría, Quien es todo bondad y cariño, dejarnos en el olvido? Somos nosotros quienes hemos de tenerlo presente. “Con Él a mi lado, jamás vacilaré”, es Él, no yo, “quien derrotará al enemigo”. Proclives a la dispersión, no escuchamos al que está, no solamente junto, sino dentro de nuestro ser; sabedores de ello, le pedimos: “escucharlo en su Hijo y abrir los ojos para contemplar su gloria”. 

 

 Domingo de las paradojas del Amor. Cuando todo navega en mar tranquilo, el conocimiento, la afectividad, la ternura, parecen florecer naturalmente; pero que no se haga presente el sufrimiento, porque perdemos la pisada, nubes negras ocultan la frescura de la anterior mirada, el corazón se vuelve pensativo y amargo, la sonrisa se borra y pinta entre las cejas la interrogante indescifrable. ¿Qué sucede conmigo, con el otro o la otra?, todavía más, ¿dónde quedó el Otro que dice que me ama, me cuida y me protege?  

 

 Es ahora el tiempo propicio, el de volver, otra vez, al silencio que habla e ilumina, de regresar a la actitud de escucha, de atención permanente, de confiar más allá, más lejos todavía.  

 

 Abraham no imaginaba el dolor que venía; mecía entre sus brazos “la promesa hecha carne”, fruto de sus entrañas, constatación palpable de lo que fue promesa. De pronto, la Voz que lo estremece: “Abraham, Abraham”. Su respuesta es segura, resuena pronta y clara “sabe en Quién se ha confiado”: “Aquí estoy”, disponibilidad sin trabas, como la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.  La paradoja crece, perturba el corazón y la conciencia, pero no la detiene, el hombre da el paso dolorido, de manera inmediata, incomprensible y nos muestra la realidad del que vive “colgado del Señor”. “Toma a tu hijo Isaac, al que tanto amas, vete a la región de Moira y ofrécemelo en sacrificio.”  La angustia hace achicar los huesos, al ser entero. La Fe supera todo cuestionamiento: “no te entiendo Señor, es la promesa, la que Tú me entregaste, ¿y quieres que la mate?” Al Señor no se le piden cuentas, se escucha y ama hasta lo incomprensible. No se trata de un juego, el dolor purifica, aquilata, hace ver lo invisible: “El Señor no abandona a sus fieles”. Sabemos la secuencia, Abraham no la sabía y por ello, por su actitud confiada, nos dice la Carta a los Hebreos: “Se le apuntó en justicia. Pensaba que poderoso es Dios para levantar a los muertos.”  (11: 19), y no fue defraudado. ¿Cuántos Issacs he de sacrificar sabiendo que no detendrás mi brazo? ¡Auméntame la fe!  

 

 Meditando un momento con San Pablo: “¿Qué podrá separarnos del Amordel Mesías?” “Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra?”. ¿Y todavía dudamos?  

 

 Jesús se Transfigura, nos enseña su Gloria, porque fue el Gran Escucha; es Quien resume todo, porque su vida, paso a paso, fue de agrado del Padre; otra vez el Espejo donde hemos de encontrar, rediviva en nosotros, su figura. 

 

 La Pasión y la Muerte, - vuelve la paradoja -, son camino de Resurrección y de Vida.  

 

  No podemos permanecer en el ocio de la contemplación sin compromisos, asombrada, deleitable y gustosa. Bajemos la montaña y preparemos el diario sacrificio, aunque no lo entendamos, para resucitar. Quizá sigamos preguntando: “¿Qué querrá decir eso de resucitar de entre los muertos?”. Con Abraham respondamos, como nos pide el Padre: “Escuchando”. Ya Dios se encargará de lo que sigue. 


viernes, 16 de febrero de 2024

1°. Cuaresma, 18 febrero 2024.-


Primera Lectura:
del libro del Génesis 9: 8-15
Salmo Responsorial. del salmo 24: Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pedro 3: 18-23
Evangelio: Marcos 1: 12-15

“Invocar al Señor, Él nos escucha, nos libra, nos sostiene”.  +Hoy nos pondrá el ejemplo en el desierto y Él nos precede, ahí nos mostrará un amor más fuerte, más profundo, el del que busca y encuentra un espejo completo en que mirarse en oración, en ayuno y en silencio. ¿De qué otra forma encontrará en nosotros su propia forma?  

Fuimos testigos de la curación interna y externa del leproso, aprendimos lo que es la auténtica fe, la que confía plenamente en Jesús, dejarnos tocar por Él y experimentar el gozo de la transformación
externa e interna.

El tiempo de Cuaresma proporciona, si nos metemos dentro, “que el conocer se trueque en entender cuando es querido”. Descubrir, con ojos nuevos, los signos de la Alianza, la comunión con todas las creaturas, retomar la Creación en nuestras manos, incluidos nosotros, y crecer y crecer, ya sin ninguna amenaza debida a nuestras culpas, bajo un cielo distinto con un arco brillante: Es el Señor que preside nuestros pasos y aleja todo miedo. 

Me atrevo a imaginar una leve sonrisa en Jesús, antes de su respuesta, cuando en el salmo clamamos: “Descúbrenos, Señor tus caminos”. ¿Qué no lo saben, no han oído que “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”? ¡Simplemente caminen, pisen sobre las huellas que he dejado! ¡Suban al Arca y escapen de la muerte! La entrega de mi Ser por cada uno, asegura su llegada hasta Dios. “Dejen atrás toda inmundicia y acepten el compromiso de vivir con una buna conciencia ante mi Padre”. ¡Resurrección que glorifica!  


Volvamos al espejo, al que refleja a todo ser humano que en verdad quiera serlo. La Misión se prepara en el silencio, en profundo contacto con el Padre, en la experiencia viva de ser Hombre, de tener hambre y ser tentado, de ver, en soledad, su ser rasgado, de superarlo todo, con fuerza duplicada en el Espíritu, sin apropiarse nada, para salir después, agradeciendo al Padre su constante presencia, a pregonar la libertad de
vida “porque el Reino ha llegado”. 

La invitación persiste, acompañando al tiempo y al espacio, y llega, apremiante, hasta nosotros: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. ¡No media conversión, sino completa!, ¡ni una fe que se queda esbozada entre los labios!, sino una decisión que mira hacia el futuro, consciente de los riesgos, cada uno, “fijos los ojos en el rumbo que me diera, ir camino al Amor, simple y desnudo”.

sábado, 10 de febrero de 2024

6° ordinario, 11 febrero 2024.- ciclo B


Primera Lectura:
del libro del Levítico 13: 1-2, 44-46
Salmo Responsorial, del salmo 31: Perdona, Señor, nuestros pecados.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 10: 31 a 11: 1
Evangelio: Marcos 1: 40-45.
 
Peligros verdaderos nos rodean, aunque a veces no queramos verlos: temor y desconfianza en lugar de estrechos lazos que nos unan; egoísmo que clausura la entrada a otros que necesitan un momento de amor, de escucha, de ternura; deshechura interior que nos tortura a pesar de negarlo; falta de sinceridad y rectitud que impiden que el Señor encuentre reposo en nuestro ser y nos conceda reposar en el suyo, que es fiel compañero y guía seguro.

¡Por eso oramos, pedimos y esperamos, sentirlo siempre cerca, como roca y baluarte que nos salve de nosotros mismos. Volando por los siglos, nos sentamos a escuchar lo que los sacerdotes explicaban, siguiendo las voces de Moisés y de Aarón: “Si aparecen esas escamas o una mancha brillante, ¡es la lepra!, ese tal será declarado impuro”. La sentencia lo rompe por completo, lejos de Dios, de su familia, de la comunidad. Condenado a vagar sin esperanza confesando a gritos su impureza; ¿qué horizonte le espera?: su vida está transida de soledad y de tristeza; seguirá cargando “el fruto del pecado”, nadie podrá acercarse, no volverá a sentir una caricia, un beso o un abrazo, está maldito y segregado. Ya leíamos el domingo pasado la corrección que hace Yahvé en el libro de Job, la enfermedad no es consecuencia de culpa personal, ni venganza o castigo, sí es clara manifestación de la presencia del mal, reflejo del absurdo querer del hombre, creatura al fin, encumbrarse hasta Dios sin contar con Dios. Esta actitud es la peor de las lepras y sólo hay una cura: acercarse a Jesús, humildes y confiados y pedir lo que cualquiera sin la fe, consideraría imposible: “Si Tú quieres, puedes curarme”.

¿Qué aprendimos de Jesús el domingo pasado?, su quehacer cotidiano era curar, sanar, orar, marchar en busca de todos los dolidos, ¿qué otra respuesta cabe esperar de Aquel que ha venido a enseñar con su vida que el amor es más que la ley, que el amor tiene una fuerza enorme que rompe las cadenas y que ese amor fluye de toda su Persona como río impetuoso que limpia cuanto toca y se deja tocar por Él? Escuchemos con alegría su palabra eterna, que llega hasta nosotros, que no teme acercarse a la impureza cualquiera que ella sea; escuchemos esa voz que nos devuelve a nuestro propio ser, el que salió de sus manos completo, sin mancha, sin arruga, sin torpezas, y, gocemos la vida que renace al decirnos: “¡Sí quiero: Sana!” Miremos como recién nacidos.
 
Jesús le pide que no lo cuente a nadie, no quiere que confundan la misión del Mesías y la reduzcan a un poder milagroso, Él viene a algo más, a limpiar toda la suciedad del mundo al precio de su sangre; pero sí le indica que vaya y ofrezca en el templo lo prescrito por la ley para que pueda reintegrarse a la comunidad y a la familia. Pero cuando el don recibido es tan grandioso, ni el corazón ni los labios pueden guardar silencio y “divulgó el hecho por toda la región”.

Igual hemos quedado limpios, porque Él ha querido. Pienso que ahora no nos pide que guardemos el don en lo secreto sino que seamos testigos clamorosos que busquemos, por todos los caminos, encaminar a todos hacia Cristo, que cuantos nos conozcan y a cuantos conozcamos, encuentren en nosotros el gozo compartido de saber orientar cualquier acción para gloria de Dios y en grito silencioso, fincado en cada obra, invitemos a todos a “ser imitadores nuestros como nosotros lo somos de Cristo”.

jueves, 1 de febrero de 2024

5°. Ord. 4 febrero 2024


Primera Lectura:
del libro de Job 7: 1-4, 6-7
Salmo Responsorial, del salmo 140: Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios  9: 16-19, 22-23
Evangelio: Mateo 1: 29-39

Desde esta realidad concreta, en muchos aspectos desconcertante, donde brotan la interrogación y el sufrimiento, con una fe que todo lo supere, hagamos como la Antífona de entrada nos invita: “Entremos y adoremos de rodillas al Señor, creador nuestro, porque Él es nuestro Dios.”  En Él están nuestra esperanza y nuestra fuerza; si buscamos solamente en nosotros la salida, entraremos a un callejón obscuro.  

¿Qué vemos en el mundo, en nuestro México, en la región que habitamos?: Violencia, fraternidad quebrada, brújulas locas. Esta experiencia que golpea el interior inerme, nos fuerza, al palpar esta niebla, a orar con fervor a nuestro Padre: “Que tu amor incansable nos cuide y nos proteja, porque hemos puesto en Ti, nuestra esperanza.” De ninguna manera es tomar el camino fácil, no es pasotismo que se desentiende; es todo lo contrario, ya que confiamos “en el amor incansable de nuestro Creador”, aceptamos, con ello, el compromiso de caminar a su lado, de mirar a hombres y criaturas, como Él los mira: de ser, todos los días, cristianos nuevos que sienten, como Pablo, el ansia de la vida verdadera, la que tiene por carril a Jesucristo: “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!”   

Sabemos que no basta la palabra, no basta con gritar a voz en cuello que Cristo vive y que nos aguarda. Para reunir las piezas y ayudar a los hombres a rehacerse, es preciso “hacerse todo a todos a fin de ganarlos a todos”. Debilidad con debilidad es fortaleza por ser de donde viene. ¡Qué luz esplendorosa brillaría del ser de cada uno, si el faro que alumbrara cada paso fuera este!: “¡Todo lo hago por el Evangelio!” La recompensa viene por sí sola: Estar injertados en Cristo, para siempre. 

El realismo de Job nos atenaza, el hombre justo que tiene al sufrimiento como “compañero inseparable de jornadas”; el hombre que se pinta y nos pinta en la ardua batalla, que no encuentra sosiego, que cuenta los meses de infortunio y las horas de la noche, una a una, aguardando las luces de la aurora: “¿Cuándo será de día?” Parecería que la dicha hubiera huido de sus ojos y la esperanza desaparecido; pero no flaquea, la fe en Dios va hasta el extremo del soplo de la vida: “Sé que mi Redentor vive y que con
estos ojos, no los de otro, yo mismo lo veré.” (19: 17) ¡La resurrección está presente! 

Marcos, después de haber mostrado la autoridad de Jesús como Maestro y dejado en claro que ha venido a combatir al maligno, ahora, en una especie de sumario, un tanto hiperbólico, nos deja ver otra faceta: la de taumaturgo. Dios, en Jesús, está de nuestro lado para luchar contra el mal y el sufrimiento: primero una acción familiar: cura a la suegra de Pedro y ésta, de inmediato “se puso a servirles”, ¡gratitud activa! Luego “el pueblo que se apiña” y regresa a casa alborozado, limpio de demonios y de males.  

Después el Señor desaparece: “salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.” ¡Lección que profundiza! Para anunciar la Buena Nueva: imprescindible el contacto con el Padre. ¿Captamos el camino de la cura de todos nuestros males? Jesús, en el silencio, se refuerza: “No hablo por mí mismo, lo que he escuchado del Padre es lo que digo” (Jn. 12: 49). Nuestra misión se nutre de la escucha de Aquel que sigue hablando y si le hacemos caso, partiremos con Cristo a “predicar el Evangelio a todo el mundo.”

sábado, 27 de enero de 2024

4°. Ordinario, 28 enero 2024


Primera Lectura:
del libro del Deuteronomio 18: 15-20
Salmo Responsorial, del salmo 94: Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Segunda Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 7: 32-35
Evangelio: Marcos 1: 21-28

Celebrábamos el jueves pasado la conmemoración de la conversión de San Pablo y finalizábamos la octava de oración por la unión de las Iglesias; hoy universalizamos nuestra petición en la Antífona de entrada: “Reúnenos de entre todas las naciones y que nuestra gloria sea el alabarte.”  ¿Cuál es la Gloria del Señor?: “Ámense como Yo los he amado”, y al percibir nuestra impotencia para vivir como Él lo espera, le pedimos nos conceda “amarlo con todo el corazón, pues solamente así podremos “con ese mismo amor, amar a nuestros prójimos.” Sin Él será imposible cumplir su mandamiento.

Para situarnos en la primera lectura: Dios se ha comunicado por medio de prodigios y señales al Pueblo de Israel, éste ha experimentado de cerca su presencia, especialmente en el Sinaí y todavía tiembla: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a ver otra vez ese gran fuego, pues no queremos morir.” La imagen inmediata que aún los estremece, les impide percibir al Dios Justo, Bueno y Compasivo, y piden un intermediario, alguien que hable en el nombre del Señor, a un Profeta como Moisés. Dios, complaciente, lo acepta y en esta aceptación envuelve la promesa del Gran Intermediario: Jesucristo quien será no sólo portador de la palabra, sino La Palabra misma. Lo anunciado por Moisés, sigue vigente: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”.

¡Con qué necesidad pedimos en el Salmo!: “Señor, que no seamos sordos a tu voz.” Conscientes, aceptamos que el saber compromete; pero si no sabemos de Ti, ¿qué sabremos del mundo y de nosotros? En cambio, teniéndote en el centro de la vida, “Aclamaremos al Dios que nos salva; nos acercaremos con júbilo y sin miedo”. La visión ha cambiado, el gozo se acrecienta porque “Tú eres nuestro Dios y nosotros tu pueblo”. Esta verdad vibrante hará imposible que el corazón se endurezca.

El domingo pasado San Pablo advertía: “El tiempo apremia” y “este mundo que vemos es pasajero”; congruente a su palabra va su ejemplo: “Vivir constantemente y sin distracciones en la presencia del Señor, tal como conviene”. En Corinto sonó a sorpresa, y aun ahora sigue sonando, la invitación al celibato, a la virginidad, precisamente para “vivir sin preocupaciones, ocupados en las cosas del Señor”. Entendámoslo bien: la vocación es personal, el camino de realización se multiplica, ni la más mínima sombra de desprecio por el matrimonio; es otra vía de santificación y crecimiento, lo que importa es “vivirla en presencia del Señor”.

En el Evangelio, San Marcos, después de narrarnos la vocación de los primeros discípulos, presenta, escuetamente, como suele, pero con precisión, a Jesús Maestro. Entra en la sinagoga y “se pone a enseñarles”. Para eso ha venido y lo cumple. De inmediato resuena la primera lectura: “Haré surgir de en medio de ustedes un Profeta”. Los presentes lo oyen y se admiran. En ese mismo sitio ha habido muchas voces, pero ahora encuentran la Palabra, de ahí su exclamación: “Habla como quien tiene autoridad y no como los escribas”.

Los maestros de la Ley, hacían referencia a maestros anteriores, Jesús no necesita eso, su fundamento es el Autor de la Ley y de la Alianza; es la Escritura viva: porque “aprendió a escuchar” y eso transmite: “Lo que el Padre me enseñó, es lo que digo”. (Jn. 8:28)  “Les doy a conocer todo lo que le he oído al Padre”. (Jn. 15: 15) y vuelve a resonarnos la primera lectura: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas” ¡.Señor, haznos escuchas!

Una última referencia: dice San Agustín “los demonios también creen y tiemblan”, reconocen, ya tarde, al Señor: “Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo calla y lo expulsa. El demonio, con violencia, se retira; un rumor estupefacto se levanta: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Este hombre tiene autoridad para mandar a los espíritus inmundos y le obedecen.”

Te pedimos, Señor, que expulses a los “demonios” que nos cercan y que nuestros corazones tengan siempre presente lo que hace tantos años nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Acompañen la oración a la lectura de la Sagrada Escritura, porque a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”. (Dei Verbum # 25)